Hola sexstoriesteen, entre a su página por medio de una amiga, mientras leía la historia de ‘violada por un desconocido’ recordé una historia que me sucedió hace un par de meses, y que me gustaría que publicaran en su página, (la he conservado en secreto para toda mi familia y amigas, sin embargo me encanta la idea de que la gente la conozca y se excite tanto como yo aquel día):
 
Resumen: Caminaba rumbo a la prepa en la que estudio cerca de Chapultepec, aquel día teníamos una presentación de un producto para una materia, en la que venderíamos un hotdogs, mi equipo y yo habíamos decidido que mi amiga y yo, hiciéramos el papel de edecanes, así que quedamos de vestirnos igual con una microfaldita amarilla y una blusita strapless rosa, mientras caminaba. La verdad es que aquel día me sentía mucho más guapa que de costumbre, mire el reloj y me di cuenta que era tardísimo, y aun me faltaba caminar un rato, así que levante mi mano y tome un taxi, aún así nunca llegué a la presentación.

Desde que me subí al taxi note que el chofer no paraba de mirarme, era un hombre como de 45 años, delgado pero fuerte, era alto, y moreno, note que con uno de los espejos estaba espiando mis piernas, yo me sentía de lo más incomoda incluso pensé en bajarme, sin embargo el hecho de saberme tan retrasada me hizo seguir, me limitaba a decirle las indicaciones del camino, de repente dije ‘en esta calle a la izquierda’ y el siguió derecho, tomando una avenida grande, inmediatamnete mis piernas empezaron a temblar, sabia que sus intenciones no eran buenas, pero mis nervios eran tantos que no decía nada.
 
Después de un par de minutos entro a un motel, pensé en gritar pero el lugar en el que estábamos y la situación me hizo callar, metió el taxi en uno de los garajes, y con insultos me hizo bajar del taxi, fue entonces que saco un arma, era una pistola mediana plateada (no se nada de armas)
 
Subimos unas escaleras y llegamos al cuarto de hotel, sin mediar palabra me levanto la minifalda y me arranco la tanga, me tumbo en la cama boca abajo y comenzó a chupar mi ano y mi vagina,  cuando estiro las manos note que su arma era de bil plástico, pero aquello que me hacia era demasiado placentero, así que me deje, paro un segundo, yo me quede ahí, lo siguiente que sentí fue su enorme pene penetrando mi vagina, solo puje, se acostó encima de mi y comenzó a susurrarme cosas sucias como:
 
-‘me encanta cogerme a las virgencitas como tu’
 
Mientras mas cosas me hacia y mas insultos decía yo me exitaba mas y mas, sabia que estaba en una situación peligrosa pero eso me hacia exitarme más, el hombre al ver que yo no oponía ninguna resistencia me levanto, y se desnudo  por completo, casi por instinto me puse en cuatro de frente a el quedando su pene justo frente a mi cara, con mas instinto que experiencia comencé a chuparsela, el me tomo con fuerza del cabello, y me la metía lo mas profundo que podía, yo hacia como que me ahogaba y el sacaba, eso como que le exitaba y a mi también, luego me bajo la blusa y me quito el brassiere dejando al descubierto mis pechos, comenzó a masturbarse frente a mi, termino en mi cara, y me dio un beso en la boca, sin mediar palabra entro al baño, después de unos minutos salio y se fue sin decir nada, yo estaba ahí tumbada asimilando lo sucedido, luego me di cuenta que se había llevado mi brassiere, y mi tanga estaba rota así que tendría que irme directo a mi casa, salí de aquel lugar y tome un taxi rumbo a mi  casa, nunca llegue a la escuela.

Desde entonces he tratado muchas veces de provocar una experiencia similar pero aún no lo he logrado.
 
Saludos desde México Pau

Un poco de mi historia…

Esa fue la primera vez que un hombre me tocaba de esa manera, todo comenzó al poco tiempo de que nos presentaron, este era para mi un chico muy normal y solo lo vi esa noche. El había venido de visitas a la ciudad donde vivo por solo un día, luego de un año el regresó por más tiempo, nos volvimos a ver y recordamos la noche en la cual nos conocimos. Casi sin conocernos comenzamos a salir.

Hay comenzó un cierto coqueteo por parte de los dos…

Ninguno queríamos dar a conocer nuestros verdaderos sentimientos. Un día fuimos a un cybert que quedaba cerca de donde el vivía, estuvimos allí unas dos horas y cuando decidimos salir teníamos que bajar dos pisos andando… Allí comenzó todo, el me abrazo y empezó a besarme pero un beso de esos bien trancados de los que no se quisieran se acaben nunca. Allí sentí de todo , reconozco que me ablande todita, el me acerco mucho, mucho a su miembro, lo pude sentir cerquita de mi sexo, hicimos movimientos que mucho sentimos y que me hacía pensar que esto podría llegar a mucho más, que solo tocadera. De repente escuchamos pasos, venían bajando unos chicos, tratamos de apresurarnos y fuimos a su casa. Allí continuamos besandonos pero sentía mucho miedo de lo que pudiera pasar, le pedí que me llevara a mi casa y así lo hizo.

Anochecía… Yo vivía con mi abuela, el no quería irse y yo tampoco quería que el se fuera, me arregle y me puse un vestidito muy cortito, estaba muy sexi y lo provocaba cada ves más y más… Soy bajita y el muy alto , tengo un trasero muy grande y una cinturita muy chiquita me quedaba perfecto. 

A mi abuela no le gustaba que a altas horas de la noche la luz estuviera encendida, eso ponía mas romántica la situación y era un punto a nuestro favor pero mi primo también vivía con mi abuela, esperamos fingiendo ver una peli hasta que mi primo se fue a dormir, según notamos que dormía el empezó a tocarme de una manera tan suave que las piernas solitas se me abrían, eran tantas las ganas que tenia de que ese chico me tocara.

Fue subiendo, subiendo, hasta que toco mi vagina estaba super-exitada y el lo pudo comprobar al notar lo mojada que estaba, allí no aguanto más, arrancó mi prenda intima y empezó a tocarme de una manera tan rica, apasionante, sabrosa, especial, me metí bajo unas sabanas en la cama con las que podía taparme y que el hiciera lo QUE QUISIERA, FUE FANTASTICO…..

CONTINUARA…..

Mila

Os voy a explicar cómo fue mi primera experiencia sexual, cuando yo tenía 18 años. Sucedió en el tren de cercanías que lleva a mi universidad y que iba (y sigue yendo) normalmente a tope a primera hora de la mañana. Un día, se estropeó el tren y tuvimos que esperar el siguiente, con lo que se juntó la gente de los dos trenes. Íbamos apretados como sardinas, sin poder movernos ni un centímetro. El trayecto dura 35 minutos y conforme iba parando en cada estación cada vez íbamos más apretados.

 

 

Yo me quedé aprisionada entre un hombre de unos 45 años , un poco bajito pero bastante atractivo que estaba detrás mío y una chica más o menos de mi edad. Al cabo de un rato noté unos movimientos por detrás que acabaron por concretarse en una mano que se posó sobre mi culo y que empezó a acariciármelo a través de la falda. Me giré para ver quien era y aunque al girarme paró, no podía ser nadie más que el hombre situado a mi espalda. Al volverme a girar, el prosiguió con sus tocamientos. No era la primera vez que me sucedía algo así, pero en las otras ocasiones me había podido escabullir. En ese momento era absolutamente imposible. Me dio corte montar una escena ahí, pues yo era muy tímida, así que le dejé hacer, pensando que tampoco tenía demasiada importancia que me tocara el culo a través de la ropa.

Mientras, delante mío y de cara a mi tenía una chica muy guapa, alta como yo y con unos pechos de un tamaño apreciable que quedaban justamente a la misma altura que los míos. Al principio no me di ni cuenta, pero no se si por lo toqueteos del hombre de detrás o porqué, pero empecé a notar gusto con el roce de mis pechos con los suyos. Era verano y las dos llevábamos unos tops ajustados y finitos, por lo que notaba perfectamente sus pechos. Conforme la excitación fue subiendo, mis pezones se fueron poniendo tiesos, cosa que se notaba a través del top. La otra chica se dio cuenta, pero lejos de intentar girarse (cosa harto difícil por otra parte) aumentó más si cabe el roce, exagerando un poco el balanceo natural del tren. Noté que a ella también se le erizaban los pezones y me empecé a excitar.

Mientras, detrás, el hombre debía haber tomado mi pasividad por aceptación y ya no se conformaba con tocar a través de la ropa y me había subido ligeramente la faldita, acariciando mis piernas, mis muslos y más tarde mi culo, éste por encima de las braguitas. Yo me volví a girar, no ya para que parara, sino para comprobar que nadie se daba cuenta de lo que sucedía, pues me hubiera dado mucha vergüenza que alguien se diera cuenta, pero comprobé que nadie se percataba de lo que sucedía. Cuando él vio que yo no ponía ninguna objeción, se lanzó todavía más, metiéndome la mano por debajo de las braguitas y tocándome y acariciándome el culo. Yo no había tenido relaciones sexuales con ningún chico. Había salido con algunos pero a lo máximo que habían llegado era a acariciarme los pechos por encima de la ropa, así que aquello me estaba excitando un montón. Mientras, la chica delante mío seguía balanceándose exageradamente, frotando sus pechos con los míos, pero sin atreverse a hacer nada más. Yo, aunque estaba muy excitada, tampoco me atrevía a hacer nada. No nos atrevíamos a mirarnos a la cara ya que del corte que nos daba nos mirábamos de reojo. Nunca había sentido ninguna atracción por las chicas, pero lo cierto es que aquel rozamiento con sus pechos, con sus pezones, unido a los tocamientos por detrás me estaban calentando muchísimo.

El hombre fue deslizando su mano a mi entrepierna. Yo estaba muy excitada y separé un poquito las piernas para facilitarle el acceso y él, como era más bajito que yo, pudo llegar desde atrás a la parte de delante, empezando a acariciarme con mucha suavidad y delicadeza, dándome un gusto enorme que yo nunca había sentido. Esa fue la primera vez que alguien acarició mi sexo. Siguió con las caricias un rato, notando yo que cada vez estaba más mojada. Él al notar lo mojada que estaba se dio cuenta de que estaba realmente excitada y que me estaba gustando lo que me hacía. Me fue metiendo un dedo dentro, también con mucho cuidado, y fue alternándolo con caricias sobre el clítoris. La chica de delante seguía poniéndome frenética con sus frotamientos. El hombre fue aumentando el ritmo poco a poco y yo me fui calentando más y más. Las sensaciones que experimentaba eran maravillosas, hasta el punto que del placer que me daba casi se me doblaban las piernas. Así siguió un rato hasta empezar a llegar al primer, intenso e inolvidable orgasmo de mi vida. Él, al notar la contracción de mis músculos aumentó la rapidez e intensidad de sus movimientos haciéndome tener un maravilloso y prolongado orgasmo, que ocurrió un par de minutos antes de llegar al destino del tren, teniendo yo que disimular para que nadie notara lo que me acababa de suceder. Me dejó totalmente extasiada el placer que había sentido, incomparable con nada que hubiera experimentado con anterioridad. Al llegar a la estación la chica se fue por su lado, imagino que con una calentura considerable pero sin atreverse a tomar ninguna iniciativa. Para llegar a mi universidad tenía que pasar por unos caminos entre bosquecillos y jardines que hay en el campus. Noté que el hombre me seguía, y en un momento dado se acercó a mi y me dijo que lo acompañara, cogiéndome por el hombro y llevándome por un camino que no era el que seguía todo el mundo y que llevaba a un lugar apartado.

En un primer instante tuve miedo, pues no sabía que intenciones tendría. Al llegar a unos arbustos que tapaban el lugar de cualquier mirada indiscreta, me preguntó si me lo había pasado bien. Yo, casi sin atreverme a mirarle, le dije tímidamente que si. Él me dijo que por qué no lo hacía disfrutar ahora a él, después de lo cual se bajó la bragueta. Me dijo que se la acariciara. Dudé un instante, pero sentía una sensación de agradecimiento hacia aquel hombre que me había proporcionado aquel placer tan intenso y desconocido hasta entonces por mi y pensé que no me podía negar y que era justo corresponderle. Algunas amigas me habían explicado que lo habían hecho a sus novios y tenía curiosidad por probarlo, así que metiendo la mano en su bragueta, saqué su polla que estaba ya muy tiesa y cogiéndola con mi mano izquierda se la empecé a menear. Como no lo debía hacer muy bien, el me agarró la mano y me enseñó como hacerlo. Era una sensación muy agradable tener ese miembro de carne caliente y tieso en mis manos. Mientras lo masturbaba él empezó a acariciarme los pechos, primero por encima del top, más tarde introdujo su mano por dentro y empezó a acariciarlos por encima de los sujetadores. Luego me los desabrochó y empezó a acariciármelos directamente sobre la piel, cosa que nadie había hecho antes, diciéndome que le encantaban lo grandes que lo tenía para lo jovencita que era, pero que lo que más le gustaba era lo duros que los tenía.

Estos comentarios unidos a las caricias hicieron que me volviera a excitar otra vez. La temperatura sexual fue aumentando en los dos, empezando él a gemir, preguntándome entre gemidos si me gustaba, a lo que yo contestaba, entre suspiros, que si, pues me estaba volviendo a poner super caliente. Fue la primera vez que comprobé lo que me excitaba que me tocaran los pechos. Él, además, sabía como acariciarlos, con suavidad, deteniéndose en lo pezones, cosa que hacía que me volviera loca. Yo me excité muchísimo, cosa que el notó y debió calentarle más todavía. Viendo como estaba yo de excitada me propuso hacer el amor. Yo a pesar de que estaba tan excitada tenía miedo, pues aunque no era virgen (me había desvirgado accidentalmente una vez con un tampax) me daba cosa meterme aquel pedazo de carne en mi pequeño agujerito, pensando que me haría mucho daño. Le dije que prefería que no, que no lo había hecho nunca, ante lo cual él no insistió, pero me dijo si se lo quería hacer con la boca. Aunque también me daba un poco de cosa, no supe negarme otra vez y me arrodillé delante de él para hacer la primera mamada de mi vida, aunque no tenía ni idea de como hacerlo. Él se dio cuenta y me fue dando instrucciones. Primero que la chupara, como si fuera un helado, recorriendo la punta con la lengua. Tenía un sabor un poco amargo, pero no era desagradable en absoluto. Después de estar un rato así, me dijo que me la metiera entera en la boca, rodeándola con los labios, y que la fuera recorriendo de arriba abajo. Sus gemidos eran continuados, diciéndome que lo hacía muy bien, que no parara, aunque tengo mis dudas de que realmente lo hiciera bien. Creo que lo que de verdad le excitaba era saber que le estaba haciendo la primera mamada de mi vida. Era una sensación muy gustosa el recorrerla con los labios y la lengua, pues era a la vez una cosa suave y delicada pero que estaba totalmente tensa y parecía un volcán a punto de estallar, que en efecto no tardó en estallar en el interior de mi boca, sin que yo me lo esperara, tragándome una buena parte de su semen y quedándome sorprendida de la cantidad de líquido que había salido. Sin dejarme levantar, me tumbó en el suelo, levantándome la faldita diciéndome que ahora quería hacerme disfrutar a mi y quitándome las braguitas. No puse ninguna resistencia pues estaba muy caliente y sabía que como él se había corrido, ya no me iba a follar. Pensé que me iba a hacer lo mismo que en el tren y la verdad es que me apetecía que lo hiciera pues quería volver a experimentar la sensación que noté con mi primer orgasmo y desahogar la excitación que tenía en ese momento. Separé las piernas y ante mi sorpresa el se lanzó a devorar mi rajita con su boca y lengua. El placer que sentí fue todavía mayor que cuando me había acariciado con sus dedos. ¡Cómo movía la lengua! A ratos lenta, de arriba abajo, a ratos rápida, deteniéndose en el clítoris, teniendo yo que morder mi top para no gritar de puro placer. Mientras, me agarraba el culo con las dos manos, colocando mis piernas sobre sus hombros para tener el acceso más fácil al interior de mi sexo. Luego me acariciaba los pechos. No tardé nada en tener un nuevo orgasmo. Imagino que al oír mis gemidos y gritos ahogados él debió de volverse a excitar.

El tener una jovencita de 18 añitos para él, totalmente inexperta, que estaba descubriendo los secretos del placer con él, que estaba completamente a su disposición y que además tenía un cuerpo espléndido le debía volver absolutamente loco. Estaba yo todavía disfrutando del primer orgasmo cuando noté que me estaba empezando a meter su polla, que volvía a estar tiesa otra vez. Me dijo que no me preocupara, que iría poco a poco y que ya vería como me gustaba. Afortunadamente fue con mucho cuidado, metiéndome sólo la punta. Intenté quejarme, pero los movimientos de la punta de su polla empezaron a darme tal gusto que fui incapaz de emitir ningún sonido que no fuera un gemido de placer. Viendo que yo no ponía ninguna objeción, sino todo lo contrario, me la fue metiendo poco a poco, con mucha delicadeza, sintiendo yo a cada centímetro que penetraba en mi interior un nuevo e intenso placer, hasta que llegó a meterla por completo. Que sensación más extraña, increíble y maravillosa cuando por fin la tuve toda dentro. Me entregué por completo a él, rodeándole con los brazos, atrayéndolo hacia mi y besándolo con pasión, juntando nuestras lenguas en un beso intenso y sentido, con el que le demostraba mi entrega absoluta. Él empezó a moverse con mucho cuidado. Yo lo abrazaba con todas mis fuerzas, sintiendo a cada movimiento suyo una inmensa oleada de placer. Notaba su polla en todo mi interior, me llenaba por completo y me daba un gusto increíble, nunca sentido hasta entonces. Aunque visto con la perspectiva del tiempo creo que aquel hombre se aprovecho de mi inexperiencia, tengo que agradecerle la delicadeza con que me hizo el amor, no preocupándose únicamente de satisfacer sus deseos, sino también de hacerme disfrutar en mi primera experiencia. Yo me dejaba hacer, abriendo las piernas al máximo que podía para sentirle más adentro. El se movía lentamente, haciendo que mi excitación y nerviosismo aumentaran. Mientras, con la boca y lengua me recorría los pechos, aumentando mi grado de excitación por momentos hasta llegar a un extremo tal que no pude resistir más: le agarré con las dos manos el culo y empecé a empujarle con fuerza hacia dentro. Él se debió sorprender, pero le debió excitar mucho pues enseguida empezó a embestirme con fuerza y rapidez, empezando yo enseguida a tener un orgasmo tras otro en una sucesión maravillosa y que parecía no tener fin. Yo solo acertaba a gemir tímidamente, pareciéndome increíble que pudiera sentir tanto placer. No me podía creer lo que estaba haciendo. Yo que hasta ese momento no había permitido a ningún chico con los que había salido que me tocara, había tenido mi primer orgasmo, le había hecho una mamada a un hombre mayor desconocido y ahora estaba disfrutando como una loca dejando que ese hombre me follara, teniendo un orgasmo tras otro y deseando que no se acabara nunca. El debía estar disfrutando también, pues imagino que no debía haber tenido muchas oportunidades de tener relaciones sexuales con un jovencita de 18 años y que además, aunque esté mal que lo diga yo, con un cuerpecito perfectamente desarrollado que hacía que muchos chicos me fueran detrás. Por si eso fuera poco, se añadía el morbo de saber que yo era virgen, que era el primero en acariciar, besar y lamer esos pechos ya de un tamaño apreciable, pero con la dureza y tersura de la juventud. Él estaba siendo el primero en sentir el despertar de mi carne, en hacerme perder la cabeza hasta entregarme por completo al placer que me proporcionaba un hombre, el primero al que yo sentía dentro de mi y me hacía sentir como una mujer. Él se daba cuenta de lo que yo estaba disfrutando e imagino que eso todavía le hacía sentirse mejor. Finalmente, el no pudo contenerse más y se corrió dentro de mi, sintiendo yo como me inundaban sus cálidos fluidos y haciéndome llegar a mi enésimo orgasmo.

Afortunadamente yo tomaba pastillas para controlar la regla y no hubo riesgo de quedarme embarazada. Al terminar, él se levantó y se vistió. Sin decir ninguna palabra, me dio un beso muy cariñoso y se fue. Nunca lo he vuelto a ver ni a saber de él. Si por casualidad leyera este relato, seguro que se reconocería en él y recordaría aquella experiencia. Él tuvo el privilegio de disfrutarme por primera vez y yo el de iniciarme con una hombre que sabía lo que se hacía. Si me viera ahora, seguro que tendría ganas de volver a repetir aquella experiencia, aunque quizás ahora sería yo quien le hiciera algunas proposiciones…

Autor: Anónimo  
   
   
   
Contenido: Un ruido llamó su atención, miró hacía abajo y pudo observar como se abría la ventana de enfrente, un piso más abajo. Era él, aquel muchacho que llevaba dos meses viviendo en el edificio, estaba en el baño y se disponía a afeitarse. Tenía el torso desnudo y una toalla enrollada en la cintura, ella no pudo evitar mirarle y se escondió tras la cortina de la ventana como si estuviera haciendo una travesura. Podía verle muy bien desde allí, era un chico muy atractivo, tenía la piel bronceada y los músculos de los brazos marcados, aunque no demasiado. No tenía prácticamente vello en el pecho y se podía adivinar que hacía deporte por su aspecto tan fibroso, llevaba el pelo un poco largo y ondulado.Ella se sorprendió de la excitación que le provocaba ver a ese hombre, deslizó sus manos sobre su bata de seda, acariciándose y dejando que se resbalasen sobre la suave tela, esa sensación le gustaba y disfrutó de ella sin apartar la mirada de la ventana. Sin querer sus manos tiraron del lazo que sujetaba la bata y sus dedos se dirigieron lentamente a su entrepierna, tenía ganas de tocarse, tenía ganas de sentir…

Levantó suavemente la tela de sus braguitas, él estaba terminando de afeitarse y estaba agachado ante el lavabo, lavándose la cara. Se incorporó y de repente sus ojos se clavaron en la imagen de una mujer que le observaba desde el piso de arriba, ella se sobresaltó y se escondió rápidamente tras la cortina, el corazón le latía fuertemente mientras se abrochaba la bata. No podía creer lo que había estado a punto de hacer, ¿le habría visto aquel muchacho?… Tímidamente volvió a mirar a través de la cortina, él seguía allí, se quitó la toalla que le cubría quedando completamente desnudo. Mientras entraba en la ducha volvió a mirar hacía la ventana de arriba y adivinó una silueta agazapada que seguía observándole.

Ella se vistió y decidió salir de casa para ir al supermercado, en el camino iba pensando en lo que le acababa de pasar. Era una mujer madura, tenía cuarenta y siete años, casada y con hijos, aquel muchacho podía ser hijo suyo, tendría unos veinticinco años como mucho. Era feliz en su matrimonio, aunque su vida sexual dejaba mucho que desear, hacía el amor con su marido de manera rutinaria y mecánica, casi no sentía placer. Muchas veces se había imaginado a sí misma como la protagonista de una película porno, probando todas esas cosas que había visto, siendo penetrada por todos lados y por muchos hombres, pero enseguida se arrepentía de esos pensamientos al imaginar lo que pensaría de ella su marido e incluso sus amistades, su círculo social era muy conservador y muy religioso, se sentía como una niña pequeña a la que le decían que eso era pecado. Pero ella intuía que el sexo tenía que ser algo más que lo que su torpe marido le ofrecía en la cama.

Inmersa en sus ensoñaciones volvió a casa cargada de bolsas, el portero le abrió la puerta y la saludó como muchos otros días. Subió en el ascensor hasta el tercer piso y buscó la llave en el bolso, abrió la puerta de su casa y cogió una de las bolsas que había dejado en el suelo, con el pie empujó la puerta para cerrarla pero no se oyó el ruido del portazo habitual. Ella se giró a la vez que una mano le tapaba la boca y el filo de una navaja presionaba contra su cuello, las bolsas cayeron al suelo y pudo ver como una manzana rodaba por el suelo hasta chocar contra una pared.

– No se te ocurra gritar- le susurró una voz al oído.

En el espejo del recibidor pudo ver el reflejo de su atacante, era un hombre alto, llevaba la cara tapada con un pasamontañas negro y las manos enguantadas. Podía notar el tacto del cuero contra sus labios y la fuerza de los brazos que la apretaban contra el pecho de aquel hombre, sin duda era una persona fuerte y joven.

Él empujó la puerta y se cerró de un golpe, después la llevó a la fuerza por el pasillo hasta su habitación y la hizo tumbarse en la cama. Comenzó a llorar, estaba muy asustada y todo su cuerpo temblaba. Él se le acercó sin soltar la navaja y besó sus lágrimas.
– No tienes nada que temer. Estoy aquí para hacer realidad tus sueños.

Y deslizó sus besos hasta su boca, ella se resistió pero ante la fuerza de su lengua y al temor de ser herida por el filo del arma, acabó abriendo sus labios para dejar que la besara. La sensación de esa boca desconocida la desorientó y no se dio cuenta de que mientras recibía ese beso, él la había esposado a los barrotes de la cama. Quiso gritar al verse tan indefensa pero esa lengua ocupaba todavía su boca y no le dejaba hacerlo, así que apretó sus dientes con fuerza y el extraño se retiró rápidamente hacía atrás.
Antes de que pudiera gritar la mano de cuero le tapó la boca mientras le susurraba:

– Confía en mí, por favor.

Los ojos de aquel hombre se clavaron en los suyos y parecían decirle la verdad, parecía que ese hombre no iba a hacerle nada malo. Él le tapó la boca con un pañuelo que sacó de un cajón de la cómoda y se sentó a su lado, observándola. Estuvo así varios minutos, hasta que sus manos comenzaron a acariciarla, suavemente, muy despacio. Ella se puso tensa y no quitaba la miraba de esos ojos que se dejaban ver entre los agujeros del pasamontañas, poco a poco fue relajándose y empezó a sentir lo agradable que eran esas caricias. Esas manos desabrocharon su blusa lentamente y se apoderaron de sus senos, la sensación de los guantes de cuero contra su piel le excitó y cerró los ojos, lo que aquel hombre le hacía le estaba gustando y eso no estaba bien, era un extraño que había irrumpido en su casa y pretendía violarla.

El filo de la navaja rasgó la tela del sujetador y sus pechos quedaron expuestos, con los pezones bien duros. Él acercó sus labios y comenzó a chuparlos, deslizando su lengua con avidez, ella sabía que no iba a poder contenerse a eso y notaba como sus braguitas se humedecían poco a poco. En su interior luchaba por no sentir placer pero esa lengua la volvía loca y no podía resistirse. Sintió unos suaves mordiscos en los pezones mientras unas manos se sumergían bajo su falda buscando su cálida entrepierna. Podía notar la erección de aquel hombre frotándose contra ella, parecía que el pantalón le iba a reventar cuando se desabrochó la cremallera y liberó una enorme verga sonrosada que apuntaba hacía arriba. En su escasa experiencia sexual jamás había visto algo parecido.

Enfrente de la cama había una mesa pequeña, como de un metro de altura, cubierta por una tela de terciopelo y llena de fotografías. Él se dirigió hasta la mesa y de un manotazo tiró todo al suelo, luego se acercó hasta ella y la liberó de sus esposas haciéndola levantar de la cama. Esto la asustó, no sabía lo que se proponía aquel individuo, pero por una extraña razón, no forcejeo demasiado, se dejó llevar hasta la mesa y él la tumbó encima con el pecho apoyado sobre la tela. En un rápido movimiento esposó sus manos a las patas y usó dos pañuelos para sujetar sus tobillos a las otras dos patas. No podía moverse en absoluto, él se le acercó por detrás y le subió la falda hasta la cintura, llevaba unas medias de encaje negro con un liguero y unas braguitas a juego, notó como le rasgaban las bragas con la navaja y su sexo quedaba totalmente expuesto para aquel desconocido.

Los dedos enguantados recorrieron su cálida abertura recogiendo los flujos que comenzaban a salir, esto hizo sonreir al hombre, sabía que ella iba a disfrutar de aquel encuentro. Deslizó la fría navaja por el ardiente sexo , esto la hizo estremecerse. De repente notó una lengua recorriéndola, buscando su vagina, su clítoris… Dios mío, hacía mucho que no sentía tanto placer, alguna vez su marido se había entretenido en hacerla disfrutar, pero ya no se acordaba de eso. Notaba como la lengua se agitaba dentro de su ser y las piernas le temblaban por las oleadas de placer que acudían a su cuerpo. Mientras los dedos de aquel hombre acariciaban su clítoris y conseguían que un orgasmo la invadiera. Abrió los ojos y pudo ver en el suelo una fotografía de su boda con el cristal hecho añicos, aquel extraño le había proporcionado el placer más intenso que había experimentado en su vida. Y ahora quería más y él estaba dispuesto a darselo, se acercó hasta su boca con su pene erecto entre las manos, retiró el pañuelo que la tapaba y la obligó a chuparlo sujetándole el cabello con las manos. Pensó que tendría que forcejear con ella para que se la comiera, pero para su sorpresa ella aceptó ese miembro en su boca y comenzó a mamarlo sin miramientos. Él se derretía de placer, al fin la tenía allí, toda para él, como había soñado muchas veces, chupaba su pene con muchas ganas y se sometía a él como en sus fantasias. Ya no pudo más y se volvió a colocar detrás de ella penetrándola de un golpe, se agarró a sus caderas y comenzó un ritmo frenético entre los gemidos de ambos. Él sabia que debía controlar la situación o se correría pronto, así que ralentizó sus movimientos y con su guante buscó los fluidos que rezumaban de ella, se impregnó bien de ellos y se dirigió a su ano, para comenzar a dilatarlo.

Ella enseguida se dio cuenta de lo que pretendía, nunca había practicado sexo anal y le entró miedo pero decidió relajarse y sentirse como la protagonista de esa película porno que tantas veces había imaginado. Un dedo se introdujo en su ano moviéndose en círculos mientras él seguía follándola sin descanso, la sensación fue un poco dolorosa al principio pero le fue gustando poco a poco y la enloqueció cuando sintió dos dedos en su interior agitándose y dilatando su agujero. Cuando estuvo lista él sacó su miembro de la vagina y lo acercó despacio hasta su ano, penetrándola con cuidado, pero con decisión y hasta el fondo. Un grito de dolor se escapó de sus labios, pero pronto se convirtieron en gritos de placer. Él ya no pudo contenerse más y desató toda su fuerza penetrándola sin cesar , aumentando el ritmo de sus embestidas hasta sentir como un orgasmo le invadía y se corría en su interior mientras le flaqueaban las piernas.
Muy despacio desató sus piernas y después se arrodilló ante ella y se acercó para besarla en los labios mientras soltaba sus manos de las patas de la mesa. Ella le correspondió a aquel beso y él le sonrió, pero enseguida salió corriendo de la habitación y se alejó por el pasillo para salir de la casa dando un portazo.

Ella se quedó tirada en el suelo, pensando en todo lo que acababa de pasar y en todas las sensaciones nuevas que había experimentado. Había descubierto por fin lo que es el placer y lo que es sentir un buen orgasmo, a sus cuarenta y siete años el sexo le ofrecía muchas cosas que jamás había imaginado. Se levantó del suelo y comenzó a recoger la casa para no dejar ninguna huella de lo que había sucedido, al poco tiempo llegó su marido y la encontró en la cocina.
– Hola cariño, ¿Qué tal todo?- dijo mientras le daba un beso distraído.
– Bien, todo bien.

Se acercó a la cortina y pudo ver como se abría la ventana del baño del vecino, allí estaba él y sobre el lavabo tenía un par de guantes de cuero.

 
Autor: Anonimo
Resumen: Cora tenía 32 años, llevaba 9 de casada, tenía 3 hijos y una vida que ella consideraba gris, monótona, casi casi aburrida. Se casó demasiado joven y enseguida se convirtió en lo que era hoy, una mujer sin otra cosa que la fortuna de quienes no renegaría j
   
   
Contenido: Cora tenía 32 años, llevaba 9 de casada, tenía 3 hijos y una vida que ella consideraba gris, monótona, casi casi aburrida. Se casó demasiado joven y enseguida se convirtió en lo que era hoy, una mujer sin otra cosa que la fortuna de quienes no renegaría jamás: Sus Hijos. Ellos le daban el sentido a sus días y estaba dispuesta a lo que fuera para mantener unida a la familia, aunque eso implicara seguir al lado de Miguel. Era un esposo bueno, trabajador, comprometido con su hogar, pero carecía de algo elemental para Cora: Imaginación. Miguel se conformaba con poco, casi casi con nada y a todo nivel. Tenían una casita pequeña, pero agradable. Los dos trabajaban, así que no pasaban penurias, pero tampoco nadaban en billetes y Cora ya se había acostumbrado a los picnics en días de sol con la familia de su cuñada, a los partidos de fútbol de los Domingos con el volumen del televisor algo más alto de lo normal y a hacer el amor dos o tres veces por mes, cuando Miguel estaba de ánimo, o no llegaba cansado de su trabajo o no podía contener más su instinto.Esta era una de las cosas que más le reprochaba Cora en silencio, acá era donde por lo menos ella esperaba algo de imaginación de su parte, donde necesitaba imperiosamente ser satisfecha, pero escuchada, tomada en cuenta. No podía ser que a su edad algo tan vital como el sexo fuera a la vez tan mecánico. Cora se consideraba pasional al máximo, pero pocas veces había podido demostrárselo a su marido, cuando estaban de novios fue todo a las corridas, alejándose de cualquiera, en lugares poco cómodos, temiendo siempre ser descubiertos, caricias furtivas y escasas horas en hoteles, alojamiento, solo para saciar el deseo urgente y ahora, en el matrimonio era ocasional, convencional, poco ardiente y la verdad es que Cora estaba harta de sentirse una muñeca que solo podía abrir las piernas, jadear en señal de aceptación y ser receptora de Miguel y sus urgencias. Nunca sintió que estallara dentro de si la locura del orgasmo, como así tampoco pudo liberar sus fantasías y dominar aunque sea una vez la situación. Miguel no le daba espacio, no le daba tiempo, no podía ver más allá de su propia necesidad de poseer a su esposa cuando el tenía ánimo y Cora, cansada de hablar y pelear ese espacio que jamás le fué cedido, llegó a creer que él no se lo dio jamás sólo porque no le interesaba tener a su lado a una mujer de esas características. El estaba feliz con su hogar, con ver crecer a sus hijos y con sentir que el dinero alcanzaba hasta fin de mes. En estas y en tantas otras cosas pensaba Cora cada día cuando salía de su trabajo y se sentaba en el primer asiento del subterráneo, rumbo a su casa, a darles la merienda a sus hijos, bañarlos y sentarse a su lado para vigilar sus tareas escolares. Salía de su oficina a las tres de la tarde y tomaba el subterráneo que la dejaba a dos cuadras de su casa. Siempre se sentaba en el mismo lugar, primer asiento al lado de la puerta, lista para poder salir rápidamente cuando se acercara a su estación. A la hora en que ella tomaba el subterráneo viajaba casi sola en el vagón y eso le daba tiempo a pensar, a estar en silencio un rato, a sentir cada una de las cosas que soñaba día a día.Aquel Miércoles habían anunciado un paro general de colectivos en la ciudad con lo cual Cora se armó de paciencia, dejó pasar tres subtes porque venían a pleno y aunque el cuarto no cambiaba demasiado la situación, lo tomó igual, de lo contrario no llegaría a tiempo (bastante tarde se le habia hecho ya). Se olvidó de poder sentarse, su asiento estaba ocupado así como los demás, así que se quedó parada, tomada de uno de los caños verticales del vagón sosteniéndose sobre todo de la cantidad de gente que entraba y entraba en cada estación, gente que la empujaba para entrar y gente que la empujaba para salir. Su viaje normalmente demoraba 20 minutos, pero ese día se le hacía eterno, así que trató de poner la mente en blanco y recordar canciones que le agradaban, para tararearlas mentalmente. En eso estaba cuando sintió una leve presión en su espalda y dándose vuelta lentamente, se encontró con un señor que parecía soldado, a su espalda, respirándole en la nuca.

Qué podía hacer? Nada!!! Eso era lo peor!! No podía moverse de allí ni tampoco pretender que él lo hiciera, no había resquicio del subte vacío, estaba lleno por completo así que trató, en la medida de lo posible, de pegar su pelvis a la puerta del subte, aferrándose más y más al caño, para poder despegar su espalda del pecho de aquel varón. Lo hizo una vez y él seguía allí, lo hizo dos y él seguía allí, como soldado a su espalda, respirando cada vez más fuerte, sin alejarse ni medio centímetro. Cada paso que daba Cora para alejarse, lo daba él para acercarse y en contados segundos ella comprendió que ya no se trataba de una cuestión de espacio, ese hombre estaba decidido a seguir allí, unido a su cuerpo. Cora siguió tarareando mentalmente sus canciones, tratando de alejar sus pensamientos de ese señor desconocido que la estaba poniendo muy nerviosa, pero no por miedo… Esa cercanía la estaba excitando, estaba sintiendo calor y un hormigueo la estaba recorriendo completa. Por un instante quería que ese hombre se alejara para que él no se diera cuenta de su excitación creciente. El aliento de ese hombre le llegaba directo a su cuello y muy despacio comenzó a sentir el leve roce de su pelvis contra sus caderas, refregándose sensualmente contra ella, dejándola sentir su excitación. Cora sentía que se mareaba levemente, pero ahora ya no se alejaba de él sino que, por el contrario, había pegado sus nalgas a las caderas que la empujaban desde atrás y casi imperceptiblemente, las movía al ritmo del otro. El vaivén del subterráneo disimulaba algo de esa danza en la que los dos habían caído.

Cora tenía los ojos entrecerrados, las manos blancas por la fuerza que hacía para aferrarse más y más a ese caño y la respiración agitada por la situación y por la calentura que le subía desde las entrañas. Ese hombre no dejaba de moverse contra ella, no dejaba de soplarle en el cuello, de respirarle acompasadamente, de enloquecerla. Ahora Cora no quería bajarse y vio con desesperación que faltaban solo dos paradas para que llegara la suya así que presionó más y más contra él hasta que sintió una de las manos de aquel hombre que trepaba por su pierna derecha hasta la cintura y volvía a bajar. Mientras se entretenía con eso, su voz le preguntaba ronca si le agradaba, si le gustaba toda esa situación. Sin que pudiera dominarse, Cora asintió con su cabeza y la mano siguió su ruta, subiendo y bajando, arrastrando la tela de la falda gris, moldeando la pierna. Estaban tan apretados que nadie podía ver la escena y el sujeto, sabiendo esto, dejó que su mano se deslizara hacia adelante, de derecha a izquierda, acariciando el vientre duro e inexplorado desde hacía tiempo de Cora, presionando a la altura de la vagina, endureciendo un dedo para marcar territorio a esa altura, abriendo la palma de la mano para tomarla por completo. La vista de Cora estaba nublada, sus oídos estaban como tapados, sentía como si estuviera en lo alto de una montaña y la altura la apunara; La boca se le había secado y sentía perlas de sudor poblando su frente, pero no quería bajarse y las puertas del subte estaban abriéndose en su estación. Un poco por conciencia y otro poco por presión de los demás pasajeros, en contados instantes se vio sobre el andén, alejándose de aquel extraño que la había calentado en instantes, despidiéndolo con los ojos mientras veía que la oscuridad del túnel se tragaba al vagón y a él. Caminó las pocas cuadras que la separaban de su casa totalmente ida, confundida, tratando de respirar hondo para que no se le notara la excitación y pensando que el aire frío le bajaría el rubor de las mejillas. Llegó a su casa y se encontró con sus hijos, les preparó la merienda y los dejó un rato solos, tomando su leche para correr presurosa al baño.

No solía masturbarse cuando sus hijos estaban allí, pero el nivel de calentura que aquel hombre le había dejado requería una rápida solución y no era precisamente esperando a Miguel como esa urgencia se arreglaría. Se metió en el baño, abrió el grifo de la bañera, la llenó de agua tibia, se desnudó y se metió de lleno en ella. Dejó que el agua y la espuma cubrieran su cuerpo por completo y una vez allí, bajó sus manos hasta su entrepierna. Se encontró con un mar de deseo, con una excitación increible, nunca había creído que diez minutos de caricias tan intensos podían ponerla en ese estado. Dejó que sus manos vagaran por los mismos lugares donde segundos antes la había tocado aquel desconocido, reconoció la zona porque aun conservaba caliente la piel y llegó a su vagina. Al abrir sus labios se sorprendió de la dureza de su clítoris y entendió que ese iba a ser un momento de placer intenso, intensísimo, que estaba lista para cualquier cosa y ese momento, una vez más, debería proporcionárselo ella sola. Sus manos acariciaron alternadamente sus pechos, sus pezones que estaban más erectos aun por el agua tibia, sus piernas musculosas y aun durísimas (tenía un muy buen físico a pesar de los tres partos que había tenido) estaban semi abiertas, para dar lugar a sus dedos que no tardaron en quedarse exclusivamente en su vagina. Dejó que la espuma se mezclara con sus flujos, los dedos no dejaban de acariciar los labios, de pellizcarlos levemente, de estirarlos para estimularlos y de tomar su clítoris entre dos dedos, masajearlo y acariciar con una pequeña y suave esponja su extremo, delicadamente, en círculos. No dejaba de pensar en ese hombre, en la presión de su entrepierna con sus caderas, de su respiración y esa imagen la calentaba más y más, la hacía gemir y arquear su cuerpo, permitiendo que sus dedos la penetraran a fondo, como si de los de él se trataran. En ningún momento pensó en Miguel, ese desconocido ocupaba cada centímetro de su mente. Entró y salió de si misma varias veces hasta que no pudo contener el orgasmo tan deseado que la recorrió completa, la dejó sin aliento, exhausta, cansada, pero aliviada. Permaneció unos instantes más en la bañera, se enjuagó completa, salió envuelta en una toalla, se colocó una bata de algodón y se sentó al rato con sus hijos para realizar las tareas del colegio. Aun así, la escena del subterráneo seguía en su mente y eso hacía que se excitara al recordarla miles de veces, pero sabía que era en vano: Miguel no acusaría recibo de nada.

Antes de dormirse aquella noche pensó en que deseaba que el día siguiente llegara lo más rápido posible, que su horario laboral volara y pudiera llegar al subte enseguida, anhelaba encontrárselo nuevamente. La jornada laboral se le hizo eterna, los minutos no pasaban más y eso la ponía de cierto mal humor. Llegada la hora de la salida, retocó el poco maquillaje que llevaba y se encaminó rápidamente a la estación de subte. Esta vez no había huelga de colectivos por ende supuso que viajaría más aliviada, sentada en su lugar de siempre. Igualmente dejó pasar dos subtes antes de tomar el tercero, confiando en que allí estaría él. Subió y se sentó en su lugar habitual, pero no lo vio. Una, dos, tres estaciones, ella seguía sin verlo y la decepción aumentaba. El viaje llegó a su fin sin que Cora se encontrara con aquel hombre y el resto del día le resultó fatal, sus chicos estaban intolerables y Miguel molesto, indiferente o al menos su desencuentro de aquella tarde hizo que viera las cosas de esa forma.

Rutina y más rutina para otro día en su vida, levantarse, dejar la casa en orden antes de salir a trabajar, lidiar con los clientes y su jefe, ansiar la hora de salida y tratar de llegar lo más rápido posible a su casa solo para poder quedarse a solas con ella misma cuando todos se hayan acostado y poder disfrutar de un baño placentero, donde hallaba el goce que nadie más que ella misma se proporcionaba. Estaba tarareando sus canciones habituales en el subte cuando sintió esa respiración que la había puesto tan nerviosa dos días atrás. Esta vez provenía del asiento trasero al suyo… Giró solo un poco su cabeza y lo vio. Estaba sentado atrás de ella, inclinado hacia adelante, acercando su boca a su cuello. Esta vez pudo ver sus ojos oscuros, rasgados, su boca que le pareció enorme, su piel morena, su cabello negro y el conjunto la excitó más aún. Tenía un cierto aire animal, salvaje y eso la fascinaba. Volvió a mirar hacia el frente y dejó que el continuara con su acoso, con su particular forma de excitarla. Esta vez las manos se deslizaron por el costado del asiento y dejo oir su voz… «Te gusta, cierto? Querés más?.» Y se encontró asientiendo con su cabeza, dándose cuenta de que se le había comenzado a secar la boca y humedecer la entrepierna. Las caricias eran intensas, seguía recibiendo su aliento en la nuca, en el cuello, en sus orejas y no podía contener su propia respiración cada vez más agitada. Bajemos en la próxima, escuchó que le decía. Como si estuviera en trance asintió y la próxima estación la sorprendió abajo, con él atrás, guiándola con una mano sobre su espalda al rincón más oscuro. Bajó una escalera herrumbrosa donde no había más que papeles esparcidos por doquier y alejada de la multitud. Recien allí pudo verlo de frente. Era alto, fuerte, musculoso. Sus ojos negros la envolvían y ella se sentía derretir. Era una locura, pero no deseaba detenerse, ni siquiera saber que estaba en un lugar público la amilanaba, su cuerpo la urgía y se entregó a lo que viniera.

Cora quedó contra una pared que olía a humedad y en lugar de asquearla, la excitaba más. Las manos de aquel hombre la manosearon entera, la recorrieron con fuerza, la apretaron en cada rincón, la hurgaron sin cesar. Aquella boca enorme la sorbía sin control, su cuello, sus hombros, sus pechos y las manos que subían y bajaban, violaban esa intimidad que Miguel jamás quiso conocer y ella siempre soñó con mostrar… Era todo instinto y le encantaba.

-Te calienta esto, cierto? Decime que si.-
-Si, no pares – llegó a decir en forma entrecortada.-
-Me gustas, me gustas mucho.-
-No dejes de hablarme, decime más.-

Cora estaba dejando salir a la que siempre supo que existía en ella, a la que le encantaba el sexo pasional, el sexo salvaje, el sexo fuerte. Imaginó que aquel hombre la estaba violando y eso la calentaba, la alentaba a seguir y a excitar más a aquel desconocido. Sus manos empezaron a recorrer ese físico duro y generoso que la aplastaba contra la pared. Arañaron la espalda cubierta por esa camisa de fajina, aspiró el aroma sudoroso que emanaba de él, apretaba las caderas de aquel hombre contra su pelvis y sentía su pene endurecido refregarse contra ella y la respiración masculina que pasaba de la excitación a la urgencia, de la voz ronca al deseo profundo. En menos de dos segundos sintió como saltaban los botones de su blusa y el aire invadía sus pechos expuestos ante los ojos y la boca masculina, su falda se había subido con las manos del hombre que tenía frente a si y la piel se le estaba calentando con el roce de la yema de los dedos y las pupilas negras que no la abandonaban.

-Te quiero coger acá y ahora.-
-Cógeme, lo deseo, lo necesito.-

Semi desnuda ella, vestido aun él, la ubicó de espaldas a su pecho, la sujetó por atrás y dejó vagar sus manos por sus pechos, los encerró entre sus manos, los pellizcó mientras Cora subía y bajaba refregándose contra él como una gata en celo, calentándose con el roce de ese pene cada vez más erecto. Cora sentía como sus hombros eran mordidos y lamidos por una lengua cálida y húmeda y mientras esa sensación la inundaba, tomó las manos de él para que abandonara sus pechos y llegara hasta su vagina, hizo que él la acariciara por sobre su ropa interior y él consiguió correr un poco la tela para poder meter un dedo y tocar la carne.

-Estas muy caliente, preciosa, dijo en sus oídos.-
-Si, muy, muy caliente, ayúdame!!!.-
-Qué queres que te haga?. – preguntó mientras seguía rozando la carne tierna y húmeda.-
-Méteme un dedo.-

No se hizo esperar el pedido, un dedo dejó el borde de la ropa interior y con destreza abrió los labios y se metió entre la carne, buscando, como una culebra, arrastrándose entre tanto flujo, dibujando círculos entre el poco vello que Cora llevaba y el centro. Ante cada centímetro que ese dedo acariciaba, Cora sentía que perdía más y más el aliento, que estaba enloqueciendo, que no podía dejar de pedirle cosas. «Más despacio, más lento, más profundo». Y el dedo se multiplicó y fueron dos, que aprisionaron el clítoris, que lo estiraron y que trataron de penetrarla sin conseguirlo, la posición no era la ideal para ese estímulo, debía moverse. Se dio vuelta y cuando nuevamente lo tuvo frente a si, lo arrastró hacia el piso. Se acomodó en la escalera, tres escalones más arriba que él, subió más su falda y quedó con las piernas abiertas frente al moreno.

-Ahora si, chúpame!!!.-

La gloria le supo a poco cuando esa boca se enterró en su vagina, atrás quedó la ropa interior, sus pechos ya estaban desnudos por completo, sus propias manos se encargaban de ellos, de sus pezones, de apretarlos y juntarlos para poder llegar con su boca a lamerlos mientras ese salvaje se encargaba de su concha.

-Chúpame, chúpame… Más… Más!!!.-

La lengua de él no la dejaba en paz, la recorrió entera, la lamió sin cesar, sentía como cada rincón de sus labios vaginales eran llenados de saliva, como la punta de esa lengua recorría los bordes de su agujero delantero y calmaba los temblores, como los dedos masculinos ahora si estaban en la posición adecuada para penetrarla. Primero uno, entró y salió con total facilidad porque estaba tan mojada que no era necesario más lubricación que esa. Después dos, primero de costado y una vez adentro, de frente, entrando y saliendo, haciéndole sentir su fuerza ante cada entrada y salida. Más tarde tres y ya los gemidos no dejaban de salir de su boca, subían desde su garganta y estallaban en el aire.

-Estas muy mojada!!! Me encanta tu olor!!!.-
-Dame más lengua!!!!!!!!!!!.-

Y las dos cosas, sus dedos y su lengua, se encargaban del calor de Cora. Su lengua no cesaba de enloquecer el clítoris y sus dedos la cogían como nunca nadie hizo y ella siempre esperó. Ni siquiera el borde de los escalones podían incomodarla, nada hacía que su atención se desviara del placer que esa boca le estaba dando y del que estaba segura, seguiría obteniendo. Cada vez que esos dedos salían de su concha arrastraban flujo que él mismo saboreaba, que colocaba dentro de la boca de Cora para que ella lamiera, dedos que también cogían su paladar, acariciaba su lengua y recorrían sus labios, mojándola y dejándole su propio sabor. Después de enloquecerla, pero sin permitirle el orgasmo, se paró frente a ella, la sentó en los escalones con las piernas abiertas y le colocó la boca sobre sus pantalones. Cora dejó que sus mejillas acariciaran la entrepierna de él y se sorprendió mordiéndolo despacito entre el cierre y la tela de los pantalones. Cuando la urgencia de él no pudo más, sus manos dejaron al descubierto ese pene que la maravilló en cuanto lo vio. Era moreno como él, lucía terso, suave y brillante y esa tersura y esa suavidad se confirmaron cuando lo tomó entre sus manos. Su cabeza quedé algo agachada y mientras ella comenzaba a besar su pene, las manos de él se escurrieron para poder acariciarle los pechos en forma sincronizada con la boca de ella.

-Te gusta mi pene, verdad?.-
-Me encanta!!!.-
-Demuéstramelo!!.-

Era hora de que Cora soltara toda su pasión, así que se encargó de ese pene como siempre soñó hacer. Sus labios acariciaron la punta, dejó que la tibieza de esa punta se transmitiera a toda su boca, lamió su extensión, notó que cada vez crecía más y le encantó. La metió completa en su boca mientras sentía como las manos de él acariciaba sus pechos y la alentaban a seguir.

-Chúpamela, me gusta, me gusta!!.-

Cora queria engullirla, la sensación de poder que le daba ese pene entero dentro de su boca era maravillosa. La metía y la sacaba una y otra vez, acariciaba con ella sus mejillas, la sacudía frente a sus ojos, sentía que era su dueña y los gemidos del desconocido la calentaban. El sonido de sus labios sorbiéndola la mareaban, el olor que subía de su propio sexo era embriagador y eso hacía que aumentara la velocidad de succión, que dejara vagar su lengua por sus testículos. Tomaba alternadamente uno a uno y los escondía entre sus labios, dejaba que se arrastraran por esa piel que allí era más suave, más delicada y los soltaba despacio, mientras sus dedos seguían acariciando la piel del pene que había adquirido dimensiones soñadas.

– Siiiiii, así!!! Hummmmm, me encanta, no pares!!!.-

Dejó que ese pene también cogiera su boca, que la llenara, que la alimentara con la leche que salió de una sola vez y lamió la espesura de su esperma, que tomó por asalto su paladar y sus mejillas. Era el sabor que su boca anhelaba y un desconocido se lo estaba regalando, Miguel hacía años que no le permitía esa experiencia y ahora la estaba disfrutando como loca… Cora se sentía la más puta de las mujeres, pero ese pensamiento solo la calentaba más y más. Cuando él había terminado su primer orgasmo, Cora separé su boca de él y levantando la mirada entendió que ahora si le tocaría a ella gozar con ese pene dentro de su cuerpo. Aquel hombre, del que sabía su sabor, pero no su nombre, la recostó en el escalón y abriéndola completamente, separándole las piernas al máximo, acercó su pene a la entrada de su concha y enloqueció su agujero con su punta, dejó que lo recorriera en círculos, acarició el clítoris de Cora una y otra vez y cuando ella estaba casi inconciente de placer, dejó que las manos femeninas tomaran el pene y de un solo empujón lo enterrara en su interior. Cada empujón de él era un nuevo movimiento que clavaba el borde del escalón en la espalda de Cora, pero nada importaba, excepto la sensación de plenitud que la invadía con ese miembro dentro.

-Cógeme, no dejes de hacerlo!!! – suplicaba entre gemidos.-
-Movete así, así!!! Abrite para mí!!!.-

Y Cora elevaba las piernas, las abría hasta que las dos quedaran casi en la misma línea a la altura de su vientre, formando una sola recta y facilitándole a él la penetración. Dejaba que las manos del hombre marcaran la abertura, que las subiera a sus hombros para que su pene entrara más y más. Ambas caderas chocaban ante cada empujón, los olores se mezclaban y los gemidos escapaban de sus bocas, llenando el aire, retumbando en esa especie de cueva en la que estaban escondidos, calmando su deseo.

-Me encanta sentirte adentro, tan grande!!!.-
-Sos tan estrecha!!!.-

Y los músculos de la vagina de Cora se contraían para que el placer fuera más intenso y el pene de ese hombre respondía sujetándose más dentro de ella, mientras la cara de goce de él se hacía más intensa.

-Siiiiii, eso… Así… Hummmmmmmmmmmm… Es la locura!! movete!.-

La voz de él la alentaba, la calentaba, la excitaba y Cora no quería parar, le dolía todo el cuerpo, pero quería más y más. Cuando sacó su pene y ella aun seguía dispuesta al goce, creyó que se hundía en un agujero, pero él solo se limitó a quitarlo de su concha para poder tomarlo con una mano y con su punta, rozarle en círculos el agujerito trasero de Cora, cortándole la respiración por el goce y la sorpresa. Cómo había adivinado sus fantasías? Cómo sabía él que ella anhelaba ser penetrada por atrás? Cómo respondería a su deseo?. Bordeó la zona rozándola, mojando su pene con su flujo y arrastrándolo hacia su ano, dejando que la punta de su pene le marcara la ruta de un deseo añejo y dejando una estela de fuego allí. Cora sentía como se dilataba cada poro de su cuerpo deseando cobijar cada centímetro de carne del otro, quería que ese salvaje la cogiera todo el día, en cada orificio que ella tuviera, quería estallar por completo. El volvió a su concha, volvió a penetrarla y así, con su miembro dentro de ella, la elevó, la pegó a su torso, los pechos de ella aplastados contra el propio, las manos de ella cerradas sobre su cuello, las piernas de ella atrapando su cintura y así pegados caminaron unos pasos hasta que él la depositó en el suelo más frío y más húmedo de aquel escondite.

-Decime que es lo que más deseas, ahora!!!!!.-
-Por atrás, dámelo por atrás!!!.-
-Siiiiiiiiiiii, ya, ya!!!.-

Y sin más, le dio vuelta y la colocó en cuatro y deslizó otra vez el pene por el borde, ahora bien ubicada, ahora en posición ideal. Acarició sus glúteos desde atrás y se fascinó con la dureza del cuerpo femenino, cegado por la idea de poseerlo como sea, el tiempo que fuera hasta que aquella hembra quedara más que satisfecha. Una de sus manos recogió cuanto flujo pudo de la hermosa vagina de aquella mujer que solo se balanceaba de atrás hacia adelante, esperando el momento de ser penetrada y con ese mismo flujo mojó uno de sus dedos, lubricó el agujero del culo de ella y lo introdujo lentamente. Cora dio un respingo de sorpresa, no estaba acostumbrada a sentir nada allí, pero ordenó a su cerebro obtener placer, calmarse y disfrutar de aquello. El dedo firme del hombre la penetró, se movió dentro de ella unos instantes y luego se quedó quieto, dándole tiempo al cuerpo de la mujer a sentirlo, a adaptarse para que sus músculos se acostumbraran. Lo sacó más mojado de lo que lo metió y al ver como las nalgas de la mujer se elevaron más, comprendió que ella estaba lista para ese paso glorioso. Acercó su pene al culo de ella, apoyó su punta allí, bordeó la zona, bajó su punta a su vagina, la humedeció y ante la suplica de Cora, lo metió en dos tiempos dentro de su ano. Cuando Cora lo sintió por completo allí dentro, lanzó un grito sordo de dolor que duró solo instantes porque enseguida se transformó en sonidos guturales de placer, sus caderas se movían hacia adelante y hacia atrás, con la sola ides de soldarse a la pelvis de ese hombre, queriendo retener ese pene dentro de ella, permitiéndole a él tomarle las caderas con una de sus manos para marcarle el ritmo, porque ella estaba desenfrenada.

– Quiero más, dame más adentro!!!!.-
– Esta entero!!! Te gusta, eh????.-
– Siiiiiiii, siiiiiiiiiii, más fuerte, más adentro!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!.- No podía parar de hablarle, quería su voz en los oídos.-

– Háblame, háblame, no dejes de hacerlo!!!.- Aquel hombre se reclinó sobre la espalda de Cora, acercó su boca a los oídos femeninos y mientras que sus manos le tomaban los pechos por abajo, su voz ronca la estimulaba.-
– Te gusta sentir mi pija adentro, verdad?.-
-Hummmmmmm, siii!!!.-
-Me gusta como coges, nena!!.-

Esas manos le sobaban los pechos, le pellizcaban los pezones y Cora se excitaba hasta el delirio con el peso de ese cuerpo sobre sus espaldas y con ese pene que no dejaba de entrar y salir de su culo, friccionando su piel, haciéndola sentir caliente como cuando veía a los perros de su barrio, liberando su instinto animal.

– Sentis que duro estoy? Cómo me muevo??.-
– Hummmmm, si!!.-

Y mientras él le hablaba, ella daba vuelta su cabeza levemente para buscar esa boca que la excitaba y poder besarla, dejar que ambas lenguas pelearan libres. Cora hubiera deseado poder acariciar su clítoris, sentía que lo tenía hinchado y húmedo y que necesitaba un dedo que lo calmara.

– Tócame, tócame la concha!!!.- Le pidió sin disimulo.

El abandono la presión sobre la espalda de Cora, colocó una mano sobre sus glúteos y con la otra se dedicó a sobarle el clítoris, a estirárselo, a meterle el dedo por adelante, a complacer cada pedido de aquella hembra que lo estaba haciendo gozar cada instante que pasaba.

– Más, más, másssssssss!!.- Era el único pedido de Cora.
– Me tenés entero adentro!!! Seguí, movete!!!.-

Cora no sabe cuanto estuvo así, en cuatro patas, moviendo sus caderas hacia adelante y hacia atrás, había perdido toda noción del tiempo, solo reconocía cada sensación de placer que ese desconocido le estaba dando, solo quería reconocer la llegada del orgasmo que sabía iba a tener de un momento a otro. Cuando ninguno de los dos tenía más aire para continuar, cuando ninguno de los dos podía aguantar , Cora le pidió que volviera con su pene adelante, que quería acabar con el dentro de su concha. Así, sin resguardo, sin nada debajo del cuerpo de ella, la recostó sobre su espalda y volvió a cogerla por adelante, dándole lo que pedía, dejando derramar su leche dentro de esa vagina que sabía como retenerlo y hacerlo gozar encerrándolo entre sus paredes. Cora arqueó su cuerpo cuando sintió el estallido del varón, cuando sintió que la leche se derramaba dentro de ella, ese fue el instante mágico en el que se permitió explotar y alcanzar tal vez, su primer orgasmo como había soñado en años.

Quedó tendida en el piso, saboreando cada sensación de su piel, cada dedo masculino que había resbalado por ella instantes antes y solo alcanzó a escuchar que la misma voz que venía torturándola de deseo desde hacía dos días, le avisaba que se verían en el mismo subterráneo al día siguiente.